jueves, 3 de agosto de 2017

Formas de entender el espacio privado como público: peluquerías y mujeres en Tetuán


FORMAS DE ENTENDER EL ESPACIO PRIVADO COMO PÚBLICO: PELUQUERÍAS Y MUJERES EN TETUÁN

Paula Beltrán | Lucía Escrigas | Elisa Molina | Celia Pradillo

Si escribes en Google las palabras ‘dominicanos’ y ‘Tetuán’, la mayoría de los enlaces muestran a la comunidad dominicana como una población inmersa en una situación de conflicto constante. Este debate está tan presente en la calle como en las redes. Y cuando nosotras nos encontramos con esta información, nos preguntamos: ¿Hasta qué punto el conflicto es tal y cómo nos lo pintan? ¿Cómo lo recibe la población migrante? ¿Cómo se responde ante este estigma?
Hacia mediados del siglo XX Tetuán entró a formar parte administrativamente de la ciudad de Madrid como uno de los barrios de la capital. Un territorio compuesto por diferentes municipios y asentamientos que se fueron expandiendo hasta consolidarse como un barrio urbano de clase obrera. Si bien, durante el siglo XX, Tetuán fue un barrio de acogida de éxodo rural del Estado español, actualmente abre sus puertas a población migrante transnacional.
Andando por esta zona, especialmente alrededores de la Calle Topete, nos llamó la atención la cantidad de negocios dominicanos, gran parte de ellos peluquerías, y quisimos escuchar a dueñas y trabajadoras de estos negocios. Y, ¿por qué mujeres? Porque la relación de las mujeres con los espacios urbanos inseguros nos parece esencial para entender todo este tema de la conflictividad y el tejido social del barrio.


Se podría decir que las peluquerías dominicanas son protagonistas principales del tejido empresarial de la Calle Topete (ver imagen Peluquerías en Calle Topete). Actualmente en Topete la mayor parte de las peluquerías son femeninas o mixtas, pero siempre con mujeres en los puestos de trabajo y entre las clientas. Lo realmente interesante de esta gran presencia femenina es que las peluquerías han conseguido convertirse en espacios de reunión no mixtos, donde trabajadoras, dueñas y clientas hablan de su día a día como mujeres. Son, por tanto, espacios privados que cumplen la función de espacio público en términos de reunión, debate y cohesión social, en este caso en términos de género. Espacios que, al fin y al cabo, otorgan un entorno cómodo entre los diferentes grupos femeninos intergeneracionales para hablar de sus experiencias cotidianas.
Cuando hablábamos con las profesionales que trabajan en estos espacios, ellas mismas nos mostraban la satisfacción que les daba su puesto laboral –– especialmente aquellas que son dueñas–– y lo cómodas que se sentían viviendo y trabajando en el barrio.
En el interior de estos espacios privados-públicos de reunión que son las peluquerías de Topete, nos llamaba especialmente la atención la presencia de niñas y niños acompañando a sus madres en estos locales. Y nos llamaba especialmente la atención quizás porque en nuestros imaginarios culturales, en nuestra cotidianeidad de europeas, los espacios laborales y de consumo no están diseñados para albergar los cuidados a la infancia. Sea como sea, clientas y trabajadoras nos contaban que el parque más cercano ––situado en la Plaza de Leopoldo Luis, de la que hablaremos más adelante–– no les transmitía la seguridad suficiente como para dejar que sus hijas e hijos jugasen allí libremente. Les parecía que, por diversas experiencias e historias que habían escuchado sobre la plaza, se generaban demasiados conflictos.
Mientras que en las puertas de las peluquerías masculinas están sentados numerosos grupos de hombres, es poco habitual ver grupos de mujeres tomando la Calle Topete a la salida de los negocios femeninos. Se trata pues de la eterna dicotomía espacios públicos-espacios de hombres y espacios privados-espacios de mujeres que los estudios urbanos feministas han remarcado tantas veces. El espacio visible es de los hombres y el invisible siempre el de mujeres, ya sea aquí, en Madrid, o en Santo Domingo.
No obstante, pese a esta segregación inconsciente de género, existe un cierto carácter comunitario dominicano que reina en Topete. Un sentimiento de pertenencia a la comunidad dominicana que se ha reapropiado de esta zona de Madrid. Las y los dominicanos con los que hablábamos nos aseguraban que vivir en esta zona les hacía extrañar menos el país de origen al estar en contacto con población latina ––población migrante con gran protagonismo en el barrio––, y más concretamente con personas dominicanas. Así, este sentimiento de pertenencia se construye en gran parte mediante una afinidad cultural en sus modos de entender el uso de los espacios públicos, puesto que algunos gestos tan sencillos como saludarse por la calle entre vecinas y vecinos o como pasar muchas horas en las calles consiguen cimentar una cohesión barrial y étnica muy consciente entre esta población.
El sentimiento de pertenencia es tal que cabe destacar los recorridos que algunas personas dominicanas realizan desde otras zonas de Madrid exclusivamente para pasar unas horas en el barrio de Tetuán, viniendo desde distintas zonas, situadas algunas a más de 1 hora en transporte público, el medio que más utilizan para desplazarse.
Frente a la fama que se han ganado Topete y sus alrededores de zona conflictiva, las vecinas dominicanas afirmaban sentirse seguras precisamente debido a este carácter comunitario. La capacidad de reconocerse entre “su propia gente”, de identificarse con la población del barrio, es precisamente lo que les otorgaba esa seguridad al caminar, durante el día o durante la noche, por el espacio público. Pero también la certeza de verse empoderadas, autónomas y reconocidas laboralmente dentro del barrio propicia esta sensación de seguridad en las calles.
Al finalizar la Calle Topete nos encontramos con la Calle Goiri, una calle que pese a seguir inmersa en ese ambiente latino, y más concretamente dominicano, propio del barrio, el tejido empresarial es más diverso en comparación con Topete, además de ser un espacio más de paso, con bastante tráfico rodado y muy poca vida en la calle. En definitiva: un espacio de unión entre la Calle Topete y la Plaza Leopoldo Luis.
En cuanto a lo que la plaza se refiere (ver imagen Plaza Leopoldo Luis: barreras arquitectónicas), ésta presenta cierta complejidad. Por un lado, en el diseño, pues está construida sobre un parking con diferentes salidas y entradas incómodas para transitar y en un terreno de fuerte pendiente que complica tanto el acceso como la estancia en la plaza. Y por otro lado, en cuanto al tejido social puesto que, mientras se comprende como un espacio conflictivo desde algunos sectores, desde otros se utiliza cotidianamente como espacio recreativo infantil.
La mayoría de las mujeres con las que hablábamos en nuestras visitas al barrio cuestionaban el parque infantil de la Pza. Leopoldo Luis como un espacio para la infancia, ya sea hablando con mujeres por Topete y sus alrededores, o con mujeres que incluso acudían al parque con niñas y niños. Lo cuestionaban por diferentes razones: la presencia policial, las peleas entre vecinos/as del barrio, la bulla del ocio nocturno, etc.
El uso que las mujeres del barrio hacen de la plaza está bastante limitado al parque y a la crianza en este espacio público, frente a los hombres, que utilizan el centro de la misma y durante periodos de tiempo mucho más largos. Es decir, la imagen diurna más común en este espacio público es la de grupos de hombres sentados en el centro de la plaza, generalmente entreteniéndose mediante juegos de mesa; y las mujeres reunidas en grupos más pequeños, vinculadas por la cotidianeidad de la crianza de la infancia, sentadas en los bancos de los márgenes donde se sitúan las zonas de juegos infantiles.
De nuevo nos encontramos con unas relaciones de poder muy marcadas en el uso del espacio en función del género. Si bien en Topete nos encontrábamos con una diferencia entre hombres y mujeres entre vida en espacios públicos y vida en espacios privados, en la Pza. Leopoldo Luis la diferencia está en el uso central del espacio público y el uso periférico del mismo. Aunque hablamos de dos situaciones distintas comparten esa desigualdad de género entre lo visible y lo invisible, esa jerarquización en los usos los espacios urbanos en función de las categorías “hombre” y “mujer”.

Sin embargo, y pese a esta fotografía completamente patriarcal del orden urbano, a nosotras nos gusta cambiar la perspectiva e intentar pensar las peluquerías como una alternativa a este orden de género. Esos espacios privados-públicos de reuniones de mujeres donde trabajan la cohesión y el empoderamiento como sujetas activas dentro del barrio. Espacios de debate sobre su día a día como vecinas y habitantes del barrio. Y espacios donde también tiene cabida la infancia, al menos mientras que la seguridad en la Pza. Leopoldo Luis siga siendo cuestionada.


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